Todos soñamos con emprender, con dar forma a nuestro
propio negocio. “Algún día…” y luego seguimos con la vida como antes. Pero, la
idea siempre está presente. Nos asalta cuando iniciamos el rutinario viaje al
trabajo; cuando debemos dar explicaciones al jefe; cuando vemos a otros que
emprenden; cuando no nos queda tiempo; cuando dudamos del valor de lo que hacemos;
cuando la rutina laboral nos aplasta o cuando tenemos la convicción de que ese
nuevo producto que nos ronda la cabeza podría convertirse en un valioso aporte.
No importa cuál es la razón que a ti te motiva a
emprender, es tan válida como la mía y la de todos los demás emprendedores. En
lo personal, yo emprendo porque amo la libertad.
En cualquier caso, hoy es el mejor momento. ¿Por qué?
Porque el mundo ha dado un salto tecnológico enorme y la globalización junto a la
conectividad te permiten estar a un sólo click de Harvard, de Nissan o del Louvre. Del
conocimiento y de los mercados. De China y de Silicon Valley. Esto significa
que puedes aprovechar de mejor forma las oportunidades que se están
gestando a tu alrededor. Nunca pasó esto antes.
Además, tienes a la tecnología de tu lado. Puedes crear
tu propia plataforma de trabajo en la nube a costos alcanzables, puedes hacer
marketing utilizando herramientas a través de las redes sociales, e incluso,
puedes diseñar tu logo aprovechando el servicio que se ofrece en la web. Puedes
buscar socios o proveedores por internet. Puedes vender por la web. Definitivamente,
hoy puedes montar tu empresa con muchos menos recursos que antes.
Sin embargo, emprender
no es sinónimo de ganar dinero. Con mi experiencia a cuestas, puedo asegurar que
emprender es una actitud de vida enfocada en buscar oportunidades para crear
valor y hacer lo necesario para concretarlas. Si cumples con estos pasos, el
retorno económico será una consecuencia natural. Un gran ejemplo de
emprendimiento es Martha Debayle, en México, quien mejoró la vida de millones
de madres con los notables servicios de información que creó y de paso ganó
mucho dinero.
Los
emprendedores inventan nuevas formas de valor partiendo de cero y esto no es
nada de fácil. Es extremadamente difícil y requiere de mucha energía, pasión,
compromiso, flexibilidad, humildad y esfuerzo. Tan duro es el proceso, que la
primera fase del emprendimiento ha sido bautizada como El Valle de la Muerte,
debido a que aquí se produce el mayor porcentaje de fracaso y muerte de los
proyectos.
Esta etapa va
desde que el emprendedor inicia su proyecto y empieza a realizar gastos, hasta
que logra que su empresa esté en equilibrio (que sus ingresos igualen a sus
gastos). Es aquí donde se manifiestan los principales problemas imprevistos, suelen
aparecer errores en los supuestos que hicimos y nos damos cuenta que sabemos
muy poco de la industria y de nuestro propio negocio. Sin duda, una fase en la que
nos sentimos muy frágiles, ya que además se manifiestan problemas externos que
empeoran el panorama, mientras vemos cómo nuestra caja se va haciendo más
negativa. El escenario que originalmente ideamos parece no calzar con la
realidad.
En mi
experiencia, el cruce por el Valle de la Muerte puede durar mucho tiempo. Pero,
la buena noticia es que es posible sobrevivir, para lo cual se deben conocer
muy bien los riesgos que se manifiestan durante esta travesía. Si logras
identificarlos, podrás actuar y aquí podrás poner en práctica ciertas
estrategias que te permitirán atravesar El Valle y abrazar tu meta. De esto
hablaremos en nuevas columnas…
He pedido a mi
amiga Marina Parisi que me ayude a escribir estos párrafos, extrayendo las
principales ideas del libro El Valle de la Muerte, que escribimos Germán
Echecopar y yo, como una forma de hacerlas más accesibles a todos, de modo de
poder discutirlas y recibir feedback. Mi modesto propósito es doble: realizar
un pequeño aporte a quienes se inician en el hermoso desafío de emprender y
ahondar en el desarrollo de una metodología que permita mejorar las
probabilidades de éxito.
Me sentiré honrado recibiendo sus ideas.
Me sentiré honrado recibiendo sus ideas.
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